miércoles, 27 de febrero de 2008

Nunca hay razones...

En la obscuridad de la noche, entre calada y calada a un cigarrillo que ya no sabe a nada, van pasando las luces a gran velocidad, el volante ya es otra parte de su cuerpo y no deja de pisar el acelerador... De pronto un pensamiento, una idea, un recuerdo, se cruza por la mente... ¿qué hacer? De pronto, para en seco y se baja, le da el aire y empieza a sentir el frió, un escalofrío recorre su cuerpo y las lágrimas y la rabia empiezan a brotar.
Se decía a sí mismo que todo había terminado, se encontraba solo, perdido, hundido, con ganas de morir...

Empezó a caminar, y llego a un parque encontró un césped verdoso, pero empezó a llover y decidió quitarse el calzado, y empezar a caminar por aquel césped... Sintió algo diferente, algo extraño, un frió le recorrió toda la espalda y un leve mareo. Pasó media hora, entonces se puso los zapatos y se dirigió hasta el coche, entró y puso las llaves y otra vez conduciendo, pero empapado, calado hasta los huesos. Por fin llegó a casa, se tumbó en el suelo del salón y se quedo dormido.

A los dos días llegaron sus padres, él estaba ahí, tirado en el suelo, sin sentir, sin amar, sin sufrir, sin ya poder disfrutar de un gran amor, sin moverse, sin respirar...

No pensó en todo lo que dejaba, una familia rota, unos amigos llenos de dolor, una amiga sin ilusión, todo había acabado para él, pero está claro que no pensó en el gran vació que dejó.